Artes vivas para salvar la Vida

por | May 4, 2020

Foto: Cortesía Mapas Mercado Cultural.

Escrito por: Sergio Restrepo / Encargado del Claustro Comfama y Viejo amigo de Circulart.

El futuro no existe. Es una construcción de variables no controladas, delimitada por cada una de las decisiones que tomamos. Como un cuento de Borges, son caminos que se bifurcan de manera ilimitada, y aunque quimérico, los artistas lo recuerdan y traen ideas desde él para seguirlo construyendo.

Es el arte el oráculo que nos revela el destino no existente y, al hacerlo, nos ayuda a crearlo como la posibilidad de saber la verdadera medida del hombre, permitiéndonos transitar de un extremo al otro y explorar todas las condiciones posibles.  

La página, el escenario, la pantalla, las pinturas y esculturas nos dan la oportunidad de ver colectivamente el sueño de un creador, como si pudiésemos generar memorias colectivas, momentos en los que todos compartimos ideas, imágenes, recuerdos, y a la vez crearlos. Nos permite viajar a la mente de otro y navegar en ella, perdernos en sus tiempos y espacios sin tener riesgo alguno. El arte explora la estética y con esta al hombre mismo, en él todo puede suceder, lo malo también, pero sin sacrificar a ningún individuo. Los muertos se levantan cuando se cierra el telón o incluso, los que han perecido en la vida real, pueden volver a tener voz, para contarnos lo contado o lo que quedó pendiente. Es una historia diversa que no solo cuenta la realidad, la construye y desde el símbolo alterna universos. Es una ventaja evolutiva que nos deja atisbar y probar todos los posibles escenarios.  

El arte ha ayudado al hombre a sobrevivir, incluso a la guerra. Y definitivamente mientras la humanidad exista la cultura será lo que seamos y el arte la manera de evolucionarlo. Esta coyuntura no es la misma que vivimos en tiempos de batallas, aquí todos debemos estar en el mismo bando, en el de la vida y la dignidad humana. El arte y la cultura siguen siendo el camino para mantenernos aferrados a nuestra humanidad y se constituye en objeto de primera necesidad. 

La realidad actual nos está poniendo cada vez más lejos del encuentro físico y con ello nos está apartando de las artes vivas. Ya se siente lejana, y hay que traer al recuerdo, la sensación de estar en un concierto o en una obra de teatro, ese sentimiento que no lo reemplaza nunca una proyección de lo que sucede en el escenario, porque precisamente ese encuentro ostenta una intimidad única que no puede ser repetida y cada representación es distinta a las otras, incluso aunque sea la misma obra y los mismos actores. La presencia física del creador y del público constituye un instante sublime en el que el arte se completa y ambos asisten a este encuentro.  

Los seres humanos somos animales de manada, la humanidad misma empezó a evolucionar al estar en comunidad y es por eso que el castigo más fuerte a esos que ofendían al grupo y le causaban daño era el destierro. Estamos hechos para estar en comunidad, para habitar el espacio público y encontrarnos en él para amar, para reír, para aprender e incluso para luchar; solo las manifestaciones públicas y masivas han podido frenar el abuso contra los derechos sociales, políticos, civiles y fundamentales de la población. Si perdemos la posibilidad de la concentración podemos perder con ella la posibilidad de las transformaciones sociales.  

Este es un momento para crear, para decrecer y seguirnos desarrollando. Un modelo en el que el crecimiento se sigue expandiendo sin límites y está sustentando en el consumo, uno que reduce la vida y nos convence de gastarla o intercambiarla por monedas para seguir comprando, no es sostenible. Los que tenemos hijos y los hemos llevado a los controles de crecimiento y desarrollo, entendemos que aunque en algún momento de la vida ambas cosas suceden paralelamente y una es apoyo de la otra, sus curvas son diferentes y crecer sin parar se puede convertir en una pesadilla para cualquier organismo vivo, de la misma manera que les sucede a los órganos del cuerpo con la acromegalia, una disfunción dolorosísima, y cuando es el cuerpo el que no para de crecer, terminará destrozando articulaciones y hasta los huesos mismos, no sin antes estirar los nervios provocando dolores insoportables. 

 

En medio de la pandemia se hace cada vez más evidente que el mundo sigue aferrado a ese modelo de crecimiento sin mirar a un lado ni detenerse a pensar que lo que se lleva por delante es la vida, esa a la que le ha puesto valor desde hace tanto tiempo y transcurre entre tres escenarios: el trabajo, el ocio y la casa, escenarios que hoy se han fusionado en uno solo porque no podemos estar en lugares de trabajo, salones de clase, parques ni teatros y nuestros comedores, mesas de noche, mesas de centro, escritorios y cualquier superficie de la casa se ha convertido en oficina, aula, lugar para el ejercicio, el disfrute y el encuentro.  

Esta coyuntura también se presenta como una justificación para que los dueños del poder instauren políticas de vigilancia excesiva con nuestro beneplácito, aprovechándose de nuestros miedos y valiéndose de ellos para que voluntaria y formalmente todos autoricemos que ingresen hasta la intimidad de nuestros hogares, que puedan tener manejo del teléfono que no dejamos tocar ni a nuestros parientes y acumulen tanta data que puedan predecir nuestros deseos antes de que los tengamos, o peor aún, inducirlos. 

Ahora, con la aparición de un minúsculo virus que ha modificado la realidad y la vida misma, los gobernantes nos llevan solo a la casa como un espacio seguro pero que a la vez se traduce en la reducción de millones de metros cuadrados de oficinas, de sostenimiento y mantenimiento de las mismas, de ahorros en costos de energía e internet para las empresas pero que ahora quedarán a cargo del trabajador. Nos pueden empujar a ser una suerte de freelance supeditados a que la mayoría de nuestros trabajos queden vendidos a la manera de un Uber o un Rappi y peor aún, que terminemos acostumbrándonos a una situación en la que cambiemos el abrazo y el juego al aire libre por pantallas. Nos enfrentamos a un futuro en el que probablemente el ocio, la cultura y el arte los intenten empaquetar en productos a domicilio llevados por plataformas, a televisión de pago o cualquier otra oferta que no genere contacto físico, obligándonos a olvidar esa intimidad única que solo surge del encuentro entre el creador y su público.  

 

El mundo se simplifica en nuestra contra, cada vez seremos más dependientes de la conectividad y esto puede empoderar cada día más a los dueños de los medios de producción y comunicación y es fundamental que los dueños de los medios de creación, es decir, los artistas y diseñadores puedan presentarnos alternativas. Hoy la cultura cobra más valor que nunca, es probable que cuando salgamos de nuestras casas, cada lugar se haya transformado o empiece a hacerlo, pero son los creadores quienes nos pueden labrar nuevos caminos. 

Nuestro mundo, como siempre, está en nuestras manos, pero es un fluido que se escurre entre los dedos y a pesar de que no siempre los planes que hagamos se lleven a feliz término, cada acción puede contar en este momento para habitar el mundo que queremos, para poder estar en los brazos de las personas queridas, en el café, de paso, probablemente con uno mismo; en los teatros; bibliotecas; museos y especialmente en ese lugar del que nos sentimos parte: en la calle. 

Hoy más que nunca todos queremos ser habitantes de calle, pero cada acción hay que hacerla responsablemente para no tener expectativas exageradas o decepciones sin límite.